
Dice el dicho popular que «El veranillo de Sant Martí todos los pájaros hace venir». Con la llegada de los primeros fríos, llegan a nuestro país, una muchedumbre de pequeños pájaros que permanecerán durante el invierno entre nosotros.
Básicamente se trata de los pájaros fringílidos, tan populares y conocidos por su canto y por su color, como son los jilgueros, los pardillos, los lúganos, los verderones, los pinzones o los garrafones.
Estos pájaros suelen pasar el verano en latitudes más septentrionales ya mediados de otoño bajan a invernar en nuestras tierras, donde disponen de la comida necesaria para sobrevivir durante el invierno.
El estado de conservación de estas aves en Europa es segura, pero en Cataluña se observa un fuerte deterioro de la población en todas las especies, que ya se encuentran oficialmente en un estado vulnerable y de amenaza, aunque están protegidas por la Ley de Protección de los Animales de la Generalidad desde el año 2008, y su tenencia, caza y captura está estrictamente prohibida.
Probablemente son diversas las causas de este bajón de la población de los fringílidos. Los cambios en los hábitats naturales por la disminución de los espacios baldíos y de los matorrales. El progresivo y acumulativo envenenamiento del campo con abonos químicos, pesticidas y herbicidas. El cultivo extensivo e intensivo de grandes áreas agrícolas que no dejan ni un escaso espacio para los márgenes y el arbolado. Todo ello provoca la eliminación de las hierbas silvestres, los espacios de nidificación y la drástica reducción de las poblaciones de nuestros pájaros.
Otra causa probable y polémica, de la merma en la población de los de pájaros fringílidos, ha sido su caza masiva con redes y trampas, o la popular caza en la ramita, con muérdago y zarza, que es tal y como se hacía, hasta su prohibición en nuestro país.
Los pájaros más preciados por los pajareros, eran los jilgueros y los pardillos. Estos son pájaros de un bello y melódico canto, de un bello plumaje y sobreviven fácilmente en cautiverio. Su doble belleza ha llevado desde hace siglos a los humanos, a enjaularlos para convertirnos en carceleros de su libertad.
De entre todos ellos, la cadenera es la más salvaje e inquieto, pero su canto es de los más agradables y apreciados. El pardillo, es de carácter más calmado, con un canto variado y melodioso similar al del canario. El lúgano con un canto a veces monótono pero a veces largo y variado, también era valorado por su sociabilidad y a menudo convivía en la casa con la puerta de la jaula abierta. El verderón, más corpulento y grande, también era bastante apreciado.
La caza de la ramita seguía un ritual y unos preámbulos, que debían respetarse paso a paso. Los días previos a la caza había que preparar las zarzas (dos ramitas de olmo entrecruzadas y atadas en forma de aspa, más cortas por arriba que por abajo), y hacer nuevas. Había que ir a proveer de muérdago (pega de origen vegetal) a cal boter, e ir a apretar la rama de encina y el trozo donde plantar y parar el árbol, así como establecer el punto de observación más adecuado para el al día siguiente.
«Era negra noche, cuando subíamos la costa del arrabal del Carmen camino del Ofegat, cargados con las jaulas de los reclamos bien tapadas, y nosotros bien abrigados, con el desayuno y la bota en el bolso, y el muérdago y las zarzas en el saco. Íbamos camino del trozo, donde el día antes habíamos plantado el ramo, para tenerlo todo a punto al amanecer.
Antes de que el día empezara a amanecer, era el momento de situar los reclamos bajo el árbol, mojar con los dedos helados y húmedos el muérdago de las esbarzelles, pararlas sobre el ramo, e ir hacia el escondite a esperar el inicio del nuevo día.
Poco a poco, desde el silencio más profundo de la noche, el amanecer empezaba a despertar la naturaleza en unos instantes siempre únicos y mágicos. Desde las jaulas, los reclamos empezaban a susurrar, y temprano un pardillo, unos lúganos, algún verderón o una bandada de jilgueros respondían, desde los márgenes más cercanos, atraídos por el canto de los reclamos, que empleaban todas sus fuerzas para llamarles y hacerles venir hacia dónde se encontraban enjaulado.
Tarde o temprano un grupo de pájaros se asomaba al ramo y cuando se ponían sobre las zafias, caían al suelo atrapados por la pega del muérdago. Era el momento de salir del escondite y correr hacia el ramo para recoger los pájaros del suelo, despegarlos del muérdago, limpiarlos y comprobar si eran machos o hembras. Los machos iban hacia la jaula y las hembras se liberaban.»
Quede el testimonio como un recuerdo del pasado. Hoy, uno puede disfrutar de la observación de la belleza y del canto de los pájaros sin necesidad de cazarlos ni enjaularlos. Su captura fotográfica es una actividad que se encuentra en expansión, que no provoca daños en el medio, y permite difundir y valorar nuestro patrimonio natural.
Jaume Ramon Solé.
Publicado en Nova Tàrrega. Noviembre 2015.